lunes, 29 de junio de 2015

DOS RELATOS PARALELOS













Cuantos prejuicios. ¿Y si fueran realmente comunistas? ¿Cuál sería el problema?   Pero desde hace muchos años vivimos bajo la sombra del macartismo, de usar el mote de comunista para estigmatizar. Por eso hoy les paso estas dos historias. Una publicada en los medios en estos días. Otra, un relato escrito por mí,  tratando de rescatar del olvido lo que escuchaba  en mi casa cuando era muy chico. 


Hoy llenaré un vacío en mi corazón”

















DOS DE MAYO (CORRESPONSALÍA).  Hoy es un sábado especial para Halina (Elena) Borisiuk viuda de Mikitiuk (78). La comunidad educativa de la Escuela Provincial 410 de Dos de Mayo –casualmente llamada Antonio Berutti- le permite cumplir su más largo sueño. A las 9.30 –junto a los chicos del Kilómetro 1244 de ruta nacional 14- cumplirá su promesa de lealtad a la bandera. La directora Gladys Prestes dijo a El Territorio: “Es una honra para nosotros, y compartir su alegría un deber innegable”.

Asunto pendiente
Cuando la dama de esta historia tenía 8 años (1945) no pudo jurar lealtad a la bandera. “Vivíamos en Colonia Seguín en Campo Viera. Concurríamos a la escuela 105. Tarea sagrada. Íbamos descalzos y nos lavábamos los pies para entrar al aula. Por entonces ayudábamos a papá en el vivero del tabaco y cosechando verdura de la huerta familiar. Yo vine de Ucrania con tres meses y vivimos fugazmente en Brasil, luego vinimos a la Argentina; nos encontrábamos en pleno proceso de ambientación y resultaba emocionante y significativo jurar al símbolo de la nueva patria. Pero tres días antes, la directora nos llamó a cuatro chicos a su escritorio. Nos dijo que no podíamos jurar porque ‘nuestras familias eran todas comunistas’, ninguna otra explicación y fuimos separados de las filas de los promesantes. Nos dolió muchísimo”, recordó la mujer.
“Nuestros padres habían tenido la idea que contratar a un maestro ruso recién llegado a la zona para repasar idiomas, especialmente lectoescritura para seguir escribiéndonos con muchos familiares que habían quedado del otro lado del mar. En uno de los recreos los chicos discutieron algunas curiosidades del alfabeto, la maestra paró la oreja y se enteró pasándole el dato a la directora María Elisa Fragueiro de Riobó, quien tomó esa drástica determinación de prohibirnos no sólo la jura sino recitar poesía patriótica y hasta cantar el himno. Ni pasar a la bandera. Lloramos de pena, fue el peor castigo”, rememoró sobre uno de los días más tristes de su existencia. Halina se sintió discriminada.
En plena juventud, su familia mudó a Picada Pomar, camino a Pueblo Illia, en Dos de Mayo, y se integró a los vecinos del lugar: descendientes de alemanes, japoneses, ucranianos. “Nuestra primera casita fue un ranchito techado de cáscaras de árboles, me casé y vinieron los primeros hijos. No había partera, las mujeres del monte nos atendíamos unas a otras, nos lavábamos la ropa, cuidábamos hijos de quien estaba mal, compartíamos la comida. Eso era solidaridad. Todo se hacía juntos: la siembra, las carpidas, las cosechas, la carneada de chanchos, una gran familia. Cada Día de la Bandera a mí me renacía el dolor de vivir tan cómodos bajo un cielo azul y blanco como la bandera a la que no me permitieron rendir tributo”.
Hoy Halina vive en la misma chacra donde creció con toda su familia, aún después del accidente que se llevó la vida de su esposo y un hijo.

La patria que la cobijó
“Esa anécdota yo solía contarles a mis hijos. Jurar la bandera me parecía algo obligatorio, nosotros cinco no fuimos admitidos sólo por estudiar ruso. Fuimos discriminados, un sinsentido. Hoy llenaré un vacío en mi corazón. Poder ostentar legítimamente el símbolo de la patria que me cobijó, donde convivo y comparto mi trabajo de mujer chacrera, conviva con gente noble, distendida, en una sociedad plural. Como una mujer sacrificada pero también feliz de esta comunidad llamada Argentina. Desde hoy estaré más tranquila con mi conciencia, le prometeré lo que ya le cumplí en buena parte: trabajar por su grandeza, darle mis hijos y descendientes y mis sueños y alegrías”, finalizó desbordante de emoción.


UN LIBRO QUE TE HACE COMUNISTA.

Estaban juntos en el café, recuperándose de la fatigosa jornada. Todos choferes de los colectivos conocida como la “Constitución Botánica”. Todos se parecían. Fumando o conversando desesperanzadamente sobre cosas de aún menor importancia que las trivialidades; o solamente con la  mente en blanco, en la nada, en la espera. Reinaba la resignación. Esperan la hora para irse a esos  viejos conventillos donde cada familia alquilaba un cuarto para padre, madre e hijos. Cocinita en el patio y baño común. Y al otro día volver, así por años y años.

Sólo uno parecía distinto, estaba leyendo un libro sobre electricidad y electrónica. No necesitó de un Judas –aunque lo hubo- que entrara y lo besara. Su libro lo marcaba. Estaba aprendiendo un oficio que lo sacara de la rutina del largo recorrido diario que al final del día sólo le acercaba al lugar de inicio.

Cuando llegó la policía, fueron directamente contra él. Sus compañeros –resignados como siempre- se corrieron; mientras que sin entender porqué, fue llevado a la comisaría.




















Mi abuelo nació en 1893, durante mucho tiempo supuse que recién iniciaba su juventud cuando fue detenido. La fecha, cuanto estuvo preso y las demás circunstancias de hecho nunca las supe. Presumí que posiblemente fue unos años después, allá por la década del veinte, ya estando casado. Me imaginaba a mi abuela Ángela -con un niño muy pequeño y un bebé- intercediendo por el detenido ante su familia para que hablaran con algún jefe de Policía conocido de ellos. Lo que le debe haber costado; mi abuelo Tomás nunca fue aceptado por su familia (él era de origen muy humilde y ella hija de acomodados carniceros de Recoleta) Algo me hizo suponer que era muy posible que así hubiera ocurrido. Mi abuelo recuperó su libertad rápidamente.

Debido a mi afición a garabatear este tipo de historias, mi padre se enteró de mis suposiciones y las corrigió con sus recuerdos. El hecho sucedió cuando el niño muy pequeño antes mencionado –mi padre- estaba cursando la primaria. Sí, resultó ser como supuse por muchos años, mi abuela Ángela les pidió a sus hermanos que intercedieran ante algunos comisarios muy conocidos de ellos.  Los  recuerdos de mi padre fueron impiadosos para con sus tíos y no me dejaron margen a mi fantasía. La razón por la cual  eran tan conocidos de algunos comisarios, era por su dedicación a los números. No eran profesores de matemáticas, sino que levantaban quiniela.  

La policía descubrió que él era comunista. Cuando lo interrogaron, claramente se lo dijeron. Sólo un comunista podría estar leyendo un libro de electricidad. Sólo un comunista  podía no estar resignado a volver -día a día- a trabajar en el colectivo. Su ideología política, nunca la supe. Si era comunista, tampoco.  Aunque con la lectura del libro en cuestión, él no quería ser comunista; sólo quería ser electricista.

Muchos años después; en la década del sesenta, en mi casa construimos una dependencia que con el transcurso del tiempo tuvo múltiples usos. Para todos siempre fue “el cuartito”. Recuerdo a mi abuelo Tomás -ya muy mayor- castigado por la enfermedad y completamente ciego, dando instrucciones de cómo pasar los cables para realizar toda la instalación eléctrica. Hacía en la punta de cada cable nudos distintos para distinguirlos. Tocaba cada pieza con sus manos  y dictaminaba su ubicación y como debía conectárselos.

Cuando mi hermano mayor comenzó a incursionar en la electrónica –debía tener no más de catorce años- en casa fabricó una radio a galena, y la hizo con auriculares traídos de la casa de mi abuela. Mi abuelo ya había fallecido. Mi papá nos contó como el abuelo le había enseñado a él a fabricar una. Con una hecha por mi abuelo, escuchó su familia y algunos vecinos la famosa pelea entre Firpo y Dempsey, en el 23.  Por supuesto, siempre escuché hablar de la radio en mi familia, de estas primeras transmisiones y de los famosos radioteatros en la década del veinte y del treinta. Y de las cosas que pasaban cuando los actores que hacían radioteatro, recorrían los barrios de la ciudad actuando estas obras.  Pero eso es parte de otra historia.





martes, 16 de junio de 2015

MIENTRAS TANTO NO DEJES DE DARLE PESCADO

Se me iba el subte y apuré el paso para no perder al que estaba llegando al andén de Catedral. Pero una voz me dijo "te estaba esperando para comer". Esa voz audible, fuerte y clara me frenó. Y allí, sentada en el piso se encontraba esa joven con su bebé. Callada mientras miles pasan al lado de ella esquivándola. Me acerqué y como todos los días que la encuentro le di un billete. "Muchas Gracias caballero" me dijo y escuché por primera vez su voz.
Estaba releyendo en estos días una nota de Bernardo Kliksberg  (“El otro no me importa” Página 12 8/1/15) y en especial me atrapó por los conceptos expuestos y que el subtitula "La descalificación de los apoyos a los pobres"  Habla de la otra cara de la postura de los dueños de los bienes del mundo, de ese uno por ciento que controla la casi totalidad de los bienes del planeta. Ellos buscan desprestigiar sistemáticamente los programas sociales machacando con el concepto "es asistencialismo"
Trajo a mi mente la tan promocionada frase “No hay que darles pescado, hay que enseñarles a pescar” (proverbio chino) y me pregunto:  ¿Y cuando no podemos hacer otra cosa? ¿Y cuando no te queda más por hacer? Además, Jesús no descalifica a los asistencialismos (puros a nuestros ojos) sino que los revaloriza y coloca a los que los practican al nivel de héroes de la misericordia, cuando son hechos por amor. El mismo lo explica en Mateo 25: 37-40 "los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿ó sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿ó desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, ó en la cárcel, y vinimos a ti?  Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis."
Puede ser que quien puede ver todas las cosas en todos sus tiempos y lugares; vea que lo que consideramos asistencialismo, no sea sólo asistencialismo sino también aporte al desarrollo.  ¿O acaso no estás dignificando y resinificando a las personas necesitadas cuando le entregas -por amor- lo que necesita? ¿Es sólo darle un bien o estás dándole tu tiempo, brindándole una comunicación, una sonrisa, un saludo?
Recordaba además una de mis últimas lecturas. La Universidad de Lanús, está reproduciendo la obra gráfica publicada por la Presidencia de la Nación, en el año del Libertador General San Martín (año 1950 - Primera Presidencia de Juan Domingo Perón) El segundo de esos libros (reproduce en forma parcial y por tema el material) es sobre "El Peronismo y la Justicia Social". En su prólogo Ana Jaramillo sostiene que el peronismo "constituyó una etapa donde sus políticas hacen eje en la búsqueda de la redistribución de la riqueza, la asistencia a la pobreza y la ampliación de derechos" y afirma que para "acompañar las progresivas políticas de redistribución del ingreso y asistencia a los hogares más humildes se pone en marcha la ayuda social desde el Estado, sustituyendo la caridad, ya que sostenía Evita que la limosna dada para satisfacción de quien la otorga, deprime y aletarga" Una visión parcial nos podría hacer pensar que estamos sólo frente a asistencialismo.
Es tan importante enseñar a pescar como darle pescado al que no tiene que comer.  Dos acciones necesarias que no son incompatibles entre ellas. Por eso propongo comenzar a sostener que "Enseña a pescar, pero mientras tanto no dejes de darle pescado"