domingo, 26 de julio de 2020

ELLA DEL 19, MI VIEJO DEL 23.



Ella nacida en el 19, él nacido en el 23. Evita le llevaba a mi viejo casi cuatro años (por pocos días no eran cuatro).  Ella nacida en Los Toldos, criada en el campo, actriz y luego primera dama ya que –como todos sabemos- era la esposa de Juan Domingo Perón. Hasta allí primero María Eva Duarte, luego Eva Perón y después Evita como le decimos todos.

Mi viejo nacido en Buenos Aires, porteño, del Barrio de La Paternal, vivió de conventillo en conventillo durante su infancia y juventud. Cada tantos meses (debido a lo caro del valor de la pieza que alquilaban) venía el carro que (previo pago correspondiente) cargaba todas las cosas y recorría las calles de tierra o tal vez adoquinados, hasta llegar al nuevo destino. Siempre de este lado del Arroyo Maldonado –como un día me dijo mientras estábamos parados en Plaza Irlanda- siempre a varias cuadras del arroyo por la costumbre del mismo de salirse de su cauce y correr buscando aventuras en las casas cercanas.

Recuerdo aquí que no hace muchos años conocí a través de una interpretación artística “la marcha de las escobas”. Las mujeres salieron a las calles a barrer las injusticias, debido al fortísimo aumento de los valores de los alquileres que cobraban los conventillos de la ciudad.  La primera huelga de inquilinos que se conoce en nuestro país -allá por 1907- no eliminó esta desproporción entre salarios y valor del alquiler. No conocía “la marcha de las escobas”; conocía la desproporción mencionada, conforme lo que me contó mi viejo.

Allá por el 47, los acontecimientos políticos llevaron al dictado de una ley trascendental. La ley 13010 de “Voto Femenino” del 9 de septiembre. Esta ley provocó que esas vidas que hasta ese momento eran paralelas un día se cruzaran. Paralelas es una forma de decir porque la vida de Evita se hizo transversal a todas las argentinas y los argentinos. Se les metió adentro, para ser odiada o para ser amada, como lo fue también el peronismo desde su origen. Nadie podía estar fuera de los influjos de su persona, de sus discursos, de su acción.

Mi viejo fue militar desde joven, en donde hizo tareas de oficinista en reclutamiento de quienes iban a hacer el servicio militar obligatorio. En vez de hacer la colimba, ingresó al Ejército y de tal forma tenía un trabajo y un ingreso económico. Luego de haber estado varios años en Casilda y Rosario volvió a Bs Aires y debido a su nivel educativo (había finalizado el secundario en esos tiempos donde no era tan normal ello) lo destinaron a colaborar en el enrolamiento de mujeres en una oficina sita en la actual Scalabrini Ortiz y Santa Fe.

Un día el oficial a cargo le dice “mañana no te venís vestido así” (señalándole el uniforme) Mi viejo le entendió inmediatamente, pero haciéndose el desentendido le dijo “y de que otra forma me visto”. No te hagas el vivo le contestaron. Inmediatamente le dice “Vas a ir a la Fundación” él dice “¿qué Fundación?”. Otra vez “no te hagas el vivo” ya que todos sabían que era la Fundación Eva Perón. Vas a ir a ver a la Señora… ¿qué Señora dice?, aunque sabía que se trataba de Eva Perón y ya no le responden. Por supuesto, la señora también debía enrolarse.

El día siguiente va a la Fundación y le hacen esperar un rato. Luego un edecán le hace pasar y se produce el encuentro. Nunca charlé de la noche anterior con mi viejo, pero me imagino que debe haber pensado muchas cosas para decir en esa oportunidad. Sino decime ¿Qué le dirías vos a Evita si la tuvieras hoy por delante? Toda una noche tuvo para pensarlo.

Lo hacen pasar, se acerca a Evita y Evita se acerca a él.  Ya junto a mi viejo -un joven de apenas unos años menos que ella- y dándole una fuerte palmada en el hombro le dice “Qué haces pibe, ¿me venís a pintar los dedos?” El impacto (no del golpe en el hombro, sino el impacto emocional por la forma de dirigirse a él) lo dejó mudo…, sin palabras… le pintó los dedos, hizo lo que tenía que hacer y se fue.

Ese fue el único cruce en persona de estas dos vidas paralelas. Pero como dije antes los cruces fueron muchos más, porque Evita se metió en la vida de todos los argentinos. Para amarla o para odiarla. Recuerdo que muchas veces el viejo nos contaba cómo se enteraron en San Miguel del fallecimiento de Evita. Resulta que una de mis tías –todavía soltera en esa época- vino a quedarse a dormir en la casa de los viejos y se fueron juntos al cine, al famoso Cine que si la memoria no me falla se encontraba en León Gallardo, entre Belgrano y Charlone. Cine Mayo si mal no recuerdo. En medio de la película la cortan y anuncian que Evita había fallecido. (La Señora ha partido a la inmortalidad… como decían en esa época) Vuelven a casa y el viejo les dice a mi vieja y a la tía “no se preocupen si escuchan ruido a la noche, porque seguramente me van a mandar llamar” y así fue. Golpearon la persiana a la noche –no se olviden que en esa época era militar- y partió hacia la ceremonia fúnebre.   

Desde chico escuché en casa que cuando mi viejo se inclinaba pendularmente al odio, mi vieja le decía “acordate papi que mi papá por primera vez cobro un aguinaldo y tuvo vacaciones con las leyes de Perón y que la única vez que podíamos comer algo distinto, o comprarnos algo de ropa, fue desde que gobernó Perón” y se acababa todo debate. Mi viejo era más fluctuante en su posición política. Debido a su trabajo como contador y asesor de empresas era muy permeable al mensaje de la centro-derecha. Mi mamá nunca dijo ser peronista (o no lo recuerdo) Yo los incitaba desde muy chico a que compartieran conmigo posiciones políticas y comentarios. Bueno… allí –muy claro me acuerdo- que cuando se llegaba a callejones sin salida de contraposición de posiciones aparecía la frase mencionada, mi viejo asentía y se callaba. Y se terminaba el debate. Su vida (la de Evita) claramente no fue paralela a la de mi familia. Creo que no fue paralela a la vida de ninguna familia argentina.